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Aquí nada se oculta.

  • Foto del escritor: Valentina Modano
    Valentina Modano
  • 22 sept 2019
  • 2 Min. de lectura

Bucchianico, Italia.


Tuve la oportunidad de viajar a Italia este verano junto con mi familia. Como es de esperarse, dicho viaje me hizo despertar fascinación por las ruinas, la arquitectura tradicional y la arquitectura vernácula.


Visité Pescara, Roma y Bucchianico, el pueblo donde creció mi abuela antes de emigrar a Venezuela a los 18 años y el lugar del que me centraré en este momento. Realmente la misión principal del viaje fue solucionar papeleos y visitar familiares. Sin embargo, en alguno de esos encuentros con paisanos (que apenas pude entender por su dialecto) aproveché para escaparme con mi hermana pequeña, que no entiende ni pi de italiano, y recorrimos calles escondidas del pueblo.


Simplemente me enamoré de Bucchianico, de sus calles estrechas e irregulares, de sus balcones llenos de flores, de su vegetación espontánea que trepa por las fachadas, sus escaleras mal dimensionadas, sus obras de fábrica desordenadas y de sus bóvedas escondidas. Ahora busco entender qué tienen estos lugares, qué los hace tan especiales y auténticos, cómo en tal desorden puede sentirse una belleza genuina.



Esta es mi foto preferida. Una casa abandonada muy próxima a la casa de la zia Rosetta. Intento analizar qué hace que me guste tanto. Puede ser que Kahn me haya ayudado un poco a entenderlo.


“El sentimiento de que la arquitectura actual necesita adornos es debido, es parte, a nuestra tendencia actual de ocultar las juntas, a esconder el ensamblaje de las diversas partes. Si tuviéramos que entrenarnos a dibujar tal como construimos, desde la base hasta arriba, los ornamentos evolucionarían a partir de nuestro amor por la construcción y desarrollaríamos nuevos métodos”. L. Kahn, 1954.

Aquí nada se oculta, veo los dinteles de madera en las puertas y ventanas, veo el ladrillo que en algún momento pudo estar revestido y que en algunas zonas se complementa con piedra, veo la carpintería original de madera y líneas no muy rectas. En fin, veo y entiendo cómo se construyó, y con todo su descuido y falta de mantenimiento puedo apreciarlo como algo bello.


Nunca deja de impresionarme como mi visión hacia la arquitectura va evolucionando a lo largo de la carrera, como la mirada trasciende y la interpretación se agudiza. Me emociona saber que todo esto seguirá cambiando con el tiempo, no hay posibilidad de detenerlo, pues nunca me aburriré. Qué buena decisión fue escoger estudiar arquitectura.



 
 
 

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